
Klaus nunca se había ido. Tampoco había estado. Existía, eso lo tenia claro, de una forma indefinida. Parecía preso de una estrella oscura en el horizonte de sucesos. En ese lugar donde ni entra la luz, donde ni se vive ni se muere, donde no se sueña. Así pues, percibía su existir y morir en mil y un lugares con nombres y encarnaciones múltiples como una realidad constante y cambiante.
Klaus, por denominarlo de alguna manera, se sentía de vuelta. Como el nexo de una representación escrita, soñada o vivida. Como el representante de una manifestación superior de la que él era parte imprescindible y condicionadora del devenir de este «ser superior» con su simple presencia.
Para Klaus, todo, siempre cambiaba… El entorno, su hábitat carnal, su nombre, la época y lugar de vida… Pero había algo que siempre lo atormentaba igual. El amor idealizado, la constante búsqueda de esa presencia perfecta que se entrega con total libertad, la compañera que complementara su ir y venir entre realidades ficticias y reales…
Pero esto… No existía ¿Verdad? Era solo quizá un subproducto de sus múltiples creaciones y deseos. Era quizá una intención fallida. Un error pensar que un solo ser es capaz de condensar todo lo que uno desea ya que ni él mismo era ejemplo ni deseo único ni supremo de nadie. Él, ellas, ellos, todos… Solo eran uno, una parte, una pieza mas del puzzle existencial…
ROMÁN