Hacia mucho tiempo que no nos veíamos. Parecía mentira pero pudimos buscar un hueco en nuestras, cada vez menos, saturadas agendas y dedicarnos un día exclusivamente a nosotros. Un día que decidimos pasar en el bosque, un día soleado con temperatura agradable. Paseamos y hablamos de mil cosas… De los momentos vividos en la infancia, de la adolescencia pérdida, de la madurez reencontrada y en espera, de la vejez compartida… Habíamos estado siempre juntos de corazón, alma y sentimiento pero no en persona. Solo en los antiguos dibujos animados compartimos momentos unidos de verdad pero luego… Luego nos perdimos… Tu comenzaste una nueva vida como diseñadora de moda infantil y juvenil y yo me dedique a los nuevos mercados de las aplicaciones móviles. Parecía que estábamos juntos como la pareja famosa que habíamos sido siempre frente al mundo pero nuestros trabajos y obligaciones secretas no lo hacían así. Solo estuvimos juntos, realmente, en los comienzos de las primeras series animadas, aquellas que nos dieron la fama. Después cada uno hizo su vida pese a que siempre deseamos el reencuentro, la unión de lo que no pudo ser por las circunstancias de la vida y la fama. Hacia falta tiempo y anonimato… Hacia falta que las aguas se calmaran y que nuestra aureola popular pasara.
Y paso… Para suerte nuestra, las nuevas tecnologías y otros personajes más «maduros» llamaban la atención del público potencial infantil. Nos olvidaron, para nuestra suerte. Y así, con nuestras vidas ya resueltas, con las obligaciones de la vida ya cumplidas, con el abandono de algunas cosas y con tiempo… Bendito tiempo… Nos encontramos…
Tras largo rato paseando y conversando nos sentamos a comer mientras el sol hacia brillar tu piel aceituna y el viento se deslizaba entre tus cabellos ofreciéndome la visión que tanto tiempo llevaba deseando. Yo llevaba música, lectura, té y tabaco. Tu una cesta para comer… Filetes empanados, tortilla de patatas, vino y tarta. Me deleite con la comida mejor preparada de mi vida y deguste el vino más sabroso del mundo al ser bebido de tus labios. Cuando sacaste la tarta me ofreciste un pedazo con todo el cariño que me transmitía la fragancia que emanaban todos los poros de tu piel. Al extender mi mano acaricie la tuya. Nuestras miradas se cruzaron y tus grandes ojos redondos se iluminaron con el brillo que me cautivo desde la primera vez que te vi. Y en ellos presencie el grandioso espectáculo de el verdadero amor, de la conexión única, del compromiso de mil vidas vividas. Y desee que el tiempo se parará ahí, para siempre contigo estar, «Mi Pequeña Asitunilla»…

ROMÁN