Correr, correr, correr… La rapidez me invade,
no me gusta, pero a veces, es necesaria.
La rapidez a veces genera tristeza,
añoranza por los días en que la velocidad era un concepto que solo poseían los adultos
y que nosotros, los niños, usábamos para volar en naves espaciales por el cesped.
Añoranza…
de días de sol donde no sentíamos el calor, ni la sed, ni el hambre, ni el cansancio,
hasta que llegábamos a casa y bebíamos como perrillos ansiosos, nos lavaban refregándonos bien y cenábamos medio dormidos.
Añoranza…
Por la ignorancia de saber en que día vivíamos, sin prisas, sin reloj,
sin otra preocupación que el momento presente.